26 de agosto de 2011

2.


El 11 de Junio de 2010, un día cualquiera para mí, en casa de mi hermana mientras regaba las plantas, ya que ella y su novia están de viaje. Terminé bachillerato hace un año, y aunque no lo creáis todavía no me he presentado al examen de acceso a la universidad. Mi padre hubiese quería que me presentase, pero eso ya no importa, mi padre no está y mi madre como si no estuviese. Mi sueño es irme a África. Ya que mi pasión son los animles y las personas de esa cultura. Sé que antes de morir viajaré allí, haré estudios sobre el habitat de los animales salvajes, conviviré con personas de todas las distintas razas de África, les ayudaré a aprender... sí, ese es mi sueño. Y no hay universidad que me detenga, ni tiempo que perder, así que me estoy preparando un pequeño curso para poder entrar en una asociación e irme a África de voluntario, sería genial... mi sueño echo realidad. Y me quedo así, exhausto en el humilde sofá de mi hermana mientra pienso, dejo la regadera apoyada en el suelo y sueño en todas esas pequeñas cosas. 
 -¿Qué haces todavía aquí tirado?- me interrumpe una aguda voz.
Despierto de mi pequeña burbuja llena de sueños de África y miro a mi alrededor. Delante mía, como un pasmarote está mi hermana mayor, Teresa. Es todo lo contrario a mí, es alta, rubia, esbelta y con un pelo largo y sedoso. Junto a ella está su novia, creo que se llamaba Olivia, si no recuerdo mal era inglesa pero vivía aquí desde hace cuatro años. Las dos me miraban como esperando una respuesta de mi, entonces de repente vuelvo de nuevo a la cruda realidad.
 -¿Qué pasa Tere?
 -¿Cómo que qué pasa? te has quedado dormido en mi sofá. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
 -Pues supongo que una o dos horas, desde las seis de la tarde.
 -¿Desde las seis? Si son las diez de la noche.
Tras oír eso, pegué un salto del sofá y miré a mi hermana con los ojos muy abiertos. Es imposible que sea tan tarde, si acabo de llegar. Me dirijo a mirar el reloj que está encima de la chimenea, recuerdo que ese reloj se lo regalé a mi hermana en su catorce cumpleaños. Lo miré: las diez de la noche. Mi hermana estaba en lo cierto.
 -Es verdad...
 -¿Y cuándo no tengo razón yo?
Miro a mi hermana con cara rara, siempre está igual. Miro a Olivia, y está seguidamente me sonríe. Creo que es la única alegría de esta casa. Mi hermana viene directa a mí mientras se saca veinte euros del bolsillo.
 -Toma cara mono.
"Cara mono" me llama desde que eramos pequeños, ya que en mi familia todos eran de piel clara, cabello claro y ojos claros, menos yo, que soy moreno, ojos oscuros y piel café. Cogí mis veinte euros, ya que regarle las plantas y darle de comer al gato durante una semana lleva su merecido.
 -¿Reina ha comido todos los días?
 -Sí Teresa, le he echado la comida que tu me dijistes. ¿Qué tal el viaje?
Las dos sonríen mientras se sientan en el sofá.
 -Espectacular, Kenya es súper bonito.-dijo Olivia.
 -¡Os lo dije! Sabía que os iba a gustar.
Después de decirlo me viene a la cabeza como un flash. El trabajo de mañana dela academia.
 -Lo siento chicas, tengo que irme. Tengo que terminar un trabajo para mañana a primera hora, sobre la cultura berebere. Pediré un taxi.
 -Ay no te preocupes Carlos, te llevo yo.-me propuso Olivia.
 -Muchísimas gracias.
Besé y a abracé a mi hermana. Está entre regañadientes me dijo "gracias" y un "te quiero". Olivia y yo reímos y salimos de aquella casa que había frecuentado mucho durante esa última semana.
En el coche, Olivia puso la radio. Fué un camino silencioso, ya que no teníamos que hablar mucho. Se parece mucho a mí, ya que ve innecesario el echo de entablar conversaciones que no llegan a ningún lado, es reservada y prudente. Le gusta sonreír como a mí, todo lo contrario a mi hermana. Supongo que por eso se quieren tanto. Paramos en un semáforo. Olivia iba tarareando la canción de la radio, no me acuerdo muy bien como se llamaba. El semáforo se volvío a poner en verde y justo cuando Olivia pisó el acelerador un coche nos embistió por mi lado, el derecho. Ambos dimos un empujón para delante. Mi acompañante me miró con los ojos en súper abiertos.
 -¿Estas bien Carlos? 
 -Sí, sí. No te preocupes, tu también ¿no?
 -Of course.-Olivia se quitó el cinturón y bajó del coche mientras miraba a la mujer que conducía aquel coche.
Yo miré y ella seguía mirándonos exhausta sin saber bien que habría podido pasar. La novia de mi hermana llegó a mi lado del coche y observó éste con detenimiento.
 -Vaya, se ha echo un boyo.-dijo con voz de pena - tu hermana me va a matar.
La chica que conducía el coche que nos embistió se bajó corriendo, por lo visto su faro izquierdo había muerto. Era una chica negra, de mi edad más o menos. Era guapa. Iba alterada y no sabía muy bien que decir al respecto.
 -Lo siento mucho de verdad, no me dí cuenta, pisé el acelerador mientras estaba en rojo. Lo siento mucho, pagaré todo lo que haga falta.
Olivia, con ese corazón tan tierno que tiene, miró en sus ojos tristeza y sintió en su interior compasión. Yo pensaba que iba borracha.
 -¿Has bebido?-pregunté desde la ventanilla
Ella clavó sus ojos en mí, los tenía verde esmeralda, el color más bonito que jamás haya poddio haber visto. Esa mirada nunca se me olvidará. Ella me miró y poniendo cara de cirscuntancia dijo:
 -No, no es que haya sido mi mejor día. Lo siento mucho.
 -Vale, vale. Don't worry, firmaremos un parte amistoso y ya esta. No quiero que pagues todo, pero algo tendrás que pagar.
 -Si, si de verdad. Muchísimas gracias.
Aunque tuviese los ojos más bonitos del universo eso no quitaba que tuviera que pagar el boyo que le había echo al coche de mi hermana. Olivia apuntó algo en su mano y se despidió de ella. Ésta no paró de decir gracias hasta que se montó en el coche. Yo no aparté su mirada de ella, aunque no se diese cuenta. Excepto cuando se montó en el coche, que levantó la mirada y me miró, sonrío y arrancó. Nosotros hicimos lo mismo. Vi como su coche seguía en su dirección y los demás hicieron como si no ocurriese nada, total era problema nuestro. 
 -Oye Olivia, ¿qué te has apuntado en la mano?
 -Su número de teléfono y su DNI, para quedar para firmar los partes amistosos y eso.
Sonreí y seguimos nuestro camino. Al llegar a mi bloque Olivia bajó el volumen de la radio y se despide de mi con una dulce sonrisa y un guiño de ojos, bueno, tal vez no sea tan prudente como yo. La despido con el brazo y entro en mi piso. Puede parece un poco precipitado que con dieciocho años esté independizado ya, pero mi hermana también se independizó pronto, ya que mi madre no aceptaba a Olivia, mi padre si que la hubiese aceptado. A mí simplemente, no quiere que le siga dando el coñazo en casa y me alquiló una este año. Llevo un año viviendo sólo, y no cambiaría esto por nada del mundo. La verdad es que antes salía más, tenía más amigos porque todos estábamos más unidos en bachiller, ahora que cada uno ha ido por su cuenta hemos perdido el contacto, pero bueno, de eso trata que cada uno persiga su sueño. También es verdad que después todos se echaron novias y como que no pegaba seguir saliendo todos juntos, de vez en cuando quedamos y echamos alguna partida al billar, pero sin dinero dudo mucho que pueda seguir jugando con ellos, necesito encontrar trabajo en algún lado  mientras me saco la academia. Después de todas estas reflexiones de años y amigos antiguos llego a la puerta de mi piso, un piso modesto, en un barrio modesto. ¿Qué más puede pedir un alocado joven de apenas diecinueve años? Cómo no, la pierta de enfrente se abre y mi vecina de enfrente aparece, tan cotilla como siempre.
 -¿Qué tarde llegas no hijo?
 -Manuela, que ya soy mayorcito.
 -Bueno, bueno. No pretendía ofender. Si necesitas algo estoy aquí.
Cierra la puerta y se va. Suspiro y sonrío a la vez, por fín consigo abrir la puerta y entro en mi pequeño piso. Dejo la maleta en el sofá y me tiró en el sillón. "Qué cansado estoy" pienso. "Será mejor que me vaya a hacer el trabajo", así que pongo rumbo al estudio y me encierro en él. En éste, las paredes están forradas todas de noticias, algunas fotos de cuando era más pequeño con mis amigos del instituto, mi familia, y muchas, muchas pinturas mías; menos una pared. Esa pared seguía blanca e intacta, como desde el primer momento en que me alquilaron el piso. Esa pared seguirá ahí hasta que tenga algo interesante que colgar en ella.  Por el estudios, algunos lienzos rotos e inacabados siguen en el suelo, me gusta mucho pintar, sobre todo pinto la cultura africana. Aunque otro de mis objetivos es ir allí para poder pintar todo lo que pinto ahora pero sin mi imaginación, simplemente poder mirar a una persona y teniéndola a dos metros de mi, poder pintar e interpretar en un lienzo en blanco todos y cada uno de sus poros. Sin que se escape ninguno. Enciendo el ordenador y me pongo a pensar en los ojos de aquella chica, en su pelo negro azabache con alguna que otra trenza. Me gustaría pintar África y sus paisajes, pero también a sus ojos. Paro y empiezo a escribir. Hasta que el sol se esconde por el otro lado de la habitación, mientras que yo sigo en mis locas fantasías y en mi trabajo "Berebere".

1.


 -Sí, muchas gracias de verdad.
 -¿De verdad que no necesitas ayuda para recoger tus cosas?
 -No se preocupe Manuela, si necesito ayuda no dudaré en llamarla.
Manuela era la vecina que vivía justo en la puerta de enfrente, es profesional en historias ajenas, desde que murió su marido se pasa las horas y las horas al teléfono, hablando de todo tipo de tema, pero ninguno vinculado con ella. A mi no me molestaba, al contrario, muchas veces me ha sacado de aprietos gordos, le debo unas cuantas. Pienso que se mete en la vida de los demás por el simple temor de mirar en su vida y ver la soledad eterna que hay hasta que le llegue la hora como a todos, a veces he sentido pena por ella, pero muchas otras la he comprendido, sé lo que es sentirse sólo, y creánme, no es nada dulce. En fín, la echare de menos. Terminé de embalar las últimas cajas y las amontoné cerca de la puerta de la puerta de entrada. Miré de arriba a abajo el salón, y empecé a recorrer la casa poco a poco. Acaricié el sofá y recordé todos los momentos vividos, buenos y malos, caricias, besos, pero no consigo verla. Subo las escaleras y entro en el domirtorio principal, mi dormitorio, su dormitorio, nuestro dormitorio. Vi aquella habitación embalada y desmontada, lo único que quedaba era un colchón en el suelo. Agarré el manillar de la puerta del baño, ví que seguía roto, recuerdo ese día. Ella duchándose, el viento cerró la puerta de golpe y no se podía abrir. Tuve que romper el manillar para poder entrar, y ella no paraba de chillar y patalear como una niña pequeña. Sin darme cuenta, una pequeña sonrisa se me dibuja en el rostro, la necesito, la echo tanto de menos. Entonces voy a coger el colchón para incorporarlo y ponerlo de pie contra la pared, cuando en una esquina de la habitación veo una cosa brillar. Parece un anillo. Me acero y lo cogo, era de Fatima. Lo agarró entre mis manos y puedo notar como una lágrima cae por mi mejilla lentamente. Rápidamente me la limpio, le doy un beso al anillo y me lo guardo. Cuando me doy cuenta son las cinco de la tarde, la hora en que llega el camión de la mudanza. Sin esperarlo se escucha el tiembre, supongo que serán ellos. Bajo corriendo las escalares y abro, no me equivoqué eran ellos. Cuando han terminado de llevar todas las cajas al camión, Manuela sale de su casa y con una sonrisa un poco triste viene y me abraza. 
 -¡Ay Carlitos! te echaré de menos. Eras mi alegría de las mañanas, y ahora te vas ¿quién me hará compañía ahora que no estarás? 
Ve como a los dos se nos empañan los ojos de lágrimas.
 -¿Ves Manuela? yo no puedo llorar.
Ella se ríe, es la primera vez que la veo tan tierna conmigo. Me agarra la cara con las dos manos y mirándome a los ojos me dice:
 -No eres el único que la echa de menos.
Y me abraza como hace tiempo que nadie lo hace, como cuando era pequeño y mi madre me tenía entre sus brazos, con esa ternura que sólo una mujer, madre, esposa e hija pueden dar. Ese calor que sólo la mujer sabe desprender. 
 -Muchas gracias por todo Manuela, le prometo que la visitaré todas las semanas.
Sin decir nada, ella me coge una mano, me sonríe y con la otra me peina.
 -Y peinate, que siempre tengo que verte con esos pelos.
Nos reímos juntos y me doy la vuelta para marcharme, pero no sin antes volver a mirarla. Está allí frente a su puerta con la mano levantada diciéndome adiós. "Hasta pronto Manuela"
Me monto en el taxi que sigue con lentitud al camión de la mudanza, con destino a mi nueva vida.
Pasamos por las carreteras de Sevilla, junto con los sevillanos que caminan algunos con elegancia, otros con gracia, otros dando saltos de alegría y otros simplemente corren por las aceras, esa gente que sólo Sevilla tiene, ese "color especial". Apoyo mi cabeza contra el cristal, el conductor ha puesto la radio, por suerte sale una canción que me gusta "Lazy Song" de Bruno Mars, pero por contrapuesta termina..¡maldición! Entonces mientra sigo mirando como pasan los coches, los edificios y la gente sevillana y no sevillana, entre rayos de sol aparece nuestra canción "best day on my life" de Jesse McCartney, cierro los ojos y me hundo en mi mismo. 
"Todo empezó ese 11 de junio de 2010..."